Archivo del Autor: Fátima Valcárcel

Sanidad Universal

Acababa de llegar a Londres. Era otoño del año 2000. Hacía frío.

Mi compañera de trabajo me había brindado su casa para cuanto la necesitara. Tres semanas en unos lujosos apartamentos del barrio de South Kensington habían supuesto un dulce aterrizaje costeado por mi nueva compañía, pero no el plazo suficiente para ubicarme en una ciudad tan grande y cara. Estaría en casa de Irene hasta Navidad. Después afrontaría mi nueva vida sin mimos, sin más cuidados que los que me permitieran mi salario y las nuevas amistades que fuera encontrando en el camino. Que había sido tocada por una varita mágica era evidente. Por ello debía atreverme a afrontar esa nueva etapa de mi vida sola. Sola como llegué. Sola como me iré, como nos vamos todos.

Dos días más tarde me encontraba en la sala de un hospital. Era noche cerrada. Hacía frío.

Irene se había empeñado en acercarme y yo había aceptado su nuevo favor, con la condición de que, tras dejarme allí, se marchara a dormir. Al día siguiente madrugaba y necesitaba tener el gesto descansado para dirigirse al público. Me alegré de que me hiciera caso.

Aquel lugar se asemejaba más a un centro de salud español. La puerta de la calle no paraba de abrirse y cerrarse, pero casi siempre por el mismo tipo que salía a encenderse un cigarrillo, antes de que se apagara el anterior. Yo le acompañé sólo un par de veces. Por entonces fumaba -y mucho- pero el pie me dolía más que el vicio; y hacía frío.

Las puertas de urgencias, en cambio, parecían cerradas a cal y canto. Nadie era llamado ni dado de alta. De lo que ocurría en el interior, lo único que podíamos ver era a una enfermera rubia, tras un mostrador. Tenía el rostro amable. A ella le habíamos contado lo que nos pasaba. Le habíamos enseñado nuestros pasaportes u otros documentos, si los teníamos. Si no, no importaba.

En un rincón, un panel de eléctricos letreros rojos hacía desfilar una y otra vez los casos prioritarios: los pacientes que mostraran síntomas de padecer un infarto pasarían primero. En segundo o tercer lugar iban los niños.

Observé que al señor que estaba sentado a mi lado le faltaba el aire. Se ahogaba sin protestar. También estaba solo, pero me tranquilizó pensar que no debía de ser un paro cardiaco. Entre tanto, en la fila de delante, una madre intentaba mantener a su hijo quieto. Ya no sabía qué hacer con él y me ofrecí para entretenerlo. El niño no parecía necesitar asistencia médica, quizá fuera ella la enferma y no hubiera encontrado con quién dejar al pequeño.

Paul, que así se llamaba, tenía solo cinco años, por lo que se me ocurrió sacar un bolígrafo y una de esas libretas, que tantas veces me acompañan, y empezar a dibujar. El niño no podía contener la risa. Normal. Cuando le tocó el turno, su destreza en el arte de pintar era muy superior a mis garabatos.

Pasaron las horas sin apenas enterarnos de lo que ocurría a nuestro alrededor, hasta que de pronto me di cuenta de que el señor de cara sonrosada ya no estaba a mi lado. Ni el fumador empedernido. Ni un bebé que había entrado llorando en los brazos de su padre. El pequeño había conseguido hacerme olvidar hasta mi torcedura. A pesar de su corta edad, y de haber sido entrenado para callar, me había contado que también eran nuevos en el país. No hacía mucho que habían llegado de Jamaica. No tenían casa y pasaban la noche donde podían. Se me encogió el alma.

En aquel momento, entendí por qué su madre había confiado tanto en mí. Desde hacía un buen rato que dormía ocupando cuatro de los asientos de la fila de delante, donde los había encontrado al llegar. Debía de estar agotada.

Miré el reloj. Eran más de las cuatro de la mañana. Mi pie estaba cada vez más hinchado y ya no tenía frío, estaba helada. Intenté ponerme seria y le propuse a Paul que durmiera un poco. Era tarde y debía descansar antes de que se despertara el sol, le insistí; pero él sólo quería seguir jugando mientras a mí se me empezaban a secar las ideas. Embotada también ante el temor de que fueran descubiertos por la enfermera.

Sin embargo, mi preocupación carecía de fundamento. La chica del rostro amable, extrañada de ver al niño durante horas, se acercó a preguntar qué le pasaba al pequeño. La madre, medio dormida, explicó que los dos estaban sanos, por eso no se había acercado a hablar con ella. Solo necesitaban un lugar donde pasar la noche. Hacía frío.

La enfermera les dejó quedarse y los tres respiramos aliviados.

Al poco tiempo me llamaron a boxes. La doctora dijo que creía que me había hecho un esguince. No había ningún traumatólogo de guardia ni tampoco le permitían hacerme radiografías por cuestiones económicas. Desde hacía tiempo sufrían por los recortes, me confesó. Su sinceridad me ayudó a controlar la indignación. Después de tantos años quejándome de la Seguridad Social en España, me encontraba en uno de los países más ricos del mundo con el pie como una pelota y una mera receta para comprar paracetamol. La tomé y le di las gracias.

Al salir, Paul se había dormido tumbado en tan sólo dos sillas. Sus manitas afrodescendientes sujetaban con fuerza su nueva libreta y mi antiguo boli. Me dio pena no despedirme de él, pero preferí no despertarle y me marché. Su madre, con un ojo medio abierto, me regaló una sonrisa.

Desde entonces, muchas veces cuando tengo frío o acudo a un hospital recuerdo a Paul y me pregunto qué habrá sido de él y de su madre. Intento imaginar lo que deben de sentir quienes deciden emigrar y no encuentran la suerte que esperaban o que otros tuvimos.

Al día siguiente, en el trabajo, me confirmaron lo que Irene ya me había avanzado. Entre los beneficios de la empresa, contábamos con un seguro privado. Solo necesitaba darme de alta en un médico de familia y listo. Un auténtico privilegio.

Aun así, hoy también recuerdo que fue en Londres donde, hace 12 años, descubrí lo que significaba la Sanidad Universal. Donde existían traductores de hasta 10 idiomas, en algunos hospitales públicos. Y donde este último dato no se justificaba siempre por razones históricas. Los españoles también teníamos derecho a ser atendidos en castellano, sin haber sido España una ex colonia británica.

Desde entonces, muchas veces cuando tengo frío o me vuelve la imagen de Paul a la cabeza, me pregunto por qué a las madres con hijos, que he visto dormir a la intemperie en las noches cálidas de algunas capitales africanas -y que tampoco olvido-, se les niega el derecho a la Sanidad Universal, allá dónde vivan o decidan vivir. Haga más o menos frío.

Del derecho a una vivienda digna, ni hablar quiero ahora.

Manzanas que alimentan: el ejemplo de Mauricio

Releo mis escritos del pasado y no sé si alegrarme o entristecerme por no tener entre mis manos textos que no se pudieron recuperar de un par de discos duros, que un día dijeron basta, o de algunos viejos cuadernos, cuyo color aún recuerdo pero nadie sabe a dónde fueron a parar durante mi peregrinaje. Entre los relatos, poemas, artículos de opinión, que todavía conservo en una carpeta roja, hay de todo: de los que me atrevería a compartir, de los que había hecho bien en olvidar y de los que le sorprenden a una por sentirlos tan ajenos que llega a dudar de su autoría (los considere mejores o peores). Pero, definitivamente, lo que más me alegra de los que puedo volver a leer es descubrir la evolución de mis pensamientos. La huella que va dejando en mí lo vivido, lo leído, lo escuchado…

Hará hoy unos 15 años, un profesor de Redacción de Periodismo me pidió una opinión escrita sobre el libro: El Mundo Digital de Nicholas Negroponte, quien defendía la tecnología digital como una posible fuerza natural para propiciar un mundo más armónico.[1] Negroponte sostenía que los niños “digitales” estaban libres de limitaciones tales como la situación geográfica como condición para la amistad, la colaboración, el juego o la comunidad y yo, indignada, le replicaba que, aunque a los niños de Senegal les regalasen 10 o 100 apples seguirían “sin tener manzanas que comer”.

Mi, por entonces, imagen de África Subsahariana repleta de niños y niñas hambrientos, mi mentalidad asistencialista y mi falta de información sobre los porqués de las desigualdades en el mundo -junto con otras ideas, que también hoy corregiría- me valieron una de las contadas matrículas de honor de mi vida. Concretamente, en aquella ocasión, me crecí ante un Negroponte, que ya percibía la necesidad de superar la nueva brecha tecnológica, cegada por el miedo a la globalización y despreocupada por ahondar en los motivos de un subcontinente rico en recursos, que estaba “perdiendo una década” a golpe de planes de ajuste estructural (PAE) externos. Por eso, cuando releo aquella bravuconada, me sonrojo con la esperanza de haber aprendido algo, en todo este tiempo…

Por mucho que me duela que el hambre en la región sea uno de los pocos temas sobre África Subsahariana que ocupe nuestras portadas, su necesaria denuncia no puede ser objeto de discusión. Ahora bien, y por ello mismo, el perjuicio de negar u ocultar el importante desequilibrio económico que reflejan determinados índices tecnológicos tampoco debería serlo.

De las estadísticas sobre la utilización de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) en las empresas, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), lo primero que llama la atención es que de los 71 países de los que se ofrecen datos registrados en 2008, solo tres pertenecen al subcontinente africano: Lesotho, Mauricio y Senegal. Cuando el número de países que compone África Subsahariana es prácticamente un cuarto del total de países del mundo.

Además, si comparamos el porcentaje de empresas que usan ordenadores o utilizan Internet en Mauricio y Senegal, la diferencia no es muy elevada con respecto a Francia, por poner de ejemplo uno de los países más industrializados del mundo. Sin embargo, si nos fijamos en Lesotho o en la presencia de las compañías de unos y otros países en la web, las cosas cambian. Los porcentajes de Mauricio y Senegal se reducen notablemente frente al del país galo. (Pinchar gráfico)

Pero, ¿por qué Mauricio y Senegal mantienen algunos indicadores TIC en niveles cercanos a los de Francia?

Una de las explicaciones la podríamos encontrar en el Índice AT Kearney, que analiza  y clasifica los 50 mejores destinos para la externalización de actividades. Según la consultora, en 2009, cuatro países de África Subsahariana destacaban a nivel mundial: Ghana, en la posición 15, Mauricio y Senegal (25 y 26, respectivamente) y Suráfrica (39).

En el caso de Mauricio, AT Kearney resalta que, a pesar de ser el país con menor mano de obra, la elevada formación de los trabajadores y un clima de negocios favorable le proporcionan un lugar privilegiado en el índice. No en vano, el gobierno de Mauricio ha promovido el desarrollo del parque tecnológico CyberTower que, entre otras firmas, acoge a la empresa de recursos humanos Ceridian; generadora de cientos de empleos.

Y, ¿qué lugar ocupa Mauricio en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)? En 2011, el país del sureste africano se encontraba el número 77 de 187 países; en el grupo de desarrollo humano alto.[2]

Mauricio, como todos los países africanos, tiene sus particularidades (territorio insular, población de en torno a un millón de personas, frente a los 160 millones de Nigeria), pero en lo que coinciden economistas de unas y otras corrientes -pro y anti PAE, por ejemplo- es que, dentro de la región, Mauricio es un ejemplo de éxito en materia de desarrollo económico.

Como señala el profesor de la School of Oriental and African Studies de Londres, Carlos Oya, el “milagro” mauriciano se burló de la predicción del Premio Nobel de Economía, James Meade, quien “llegó a afirmar que Mauricio apenas tenía esperanzas de desarrollo en el futuro, dadas las condiciones iniciales a finales de los 50: dependencia de un producto agrícola (azúcar); vulnerabilidad ante shocks en términos de intercambio; aislamiento geográfico; presión demográfica; tensiones interétnicas entre Indios y Criollos”.[3]

Por ello, ver publicada en una de las redes sociales la foto que cuelgo junto a esta entrada, recordar la ineficiencia que me ha generado trabajar con recursos tecnológicos muy limitados, en otros países de África Subsahariana, o la licencia literaria que me permití el otro día en este blog, sobre la innecesaria venta online “en mi barrio de Kalabankoura”, me han llevado a compartir esta reflexión. Cargada de afro-optimismo ante la esperanza de que las TIC aterricen con mayor fuerza en la región, para disminuir la brecha tecnológica que, por lo general, nos separa y contribuir a que la “mundialización” sea, por fin, más “redistributiva”.[4]


[1] NEGROPONTE, Nicholas (1996): El mundo digital, Ediciones B, Barcelona.

[2] Como todos los años desde 1990 Informe sobre Desarrollo Humano ha publicado el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que fue presentado como una alternativa a las mediciones convencionales del desarrollo nacional, como el nivel de ingresos y la tasa de crecimiento económico. El IDH representa el impulso de una definición más amplia del bienestar y ofrece una medida compuesta de tres dimensiones básicas del desarrollo humano: salud, educación e ingresos. El IDH de Mauricio es 0.728, lo que coloca al país en la posición 77 de los 187 países para los que se disponen datos comparables. El IDH de África Subsahariana (OR) como región ha pasado del 0.365 de 1980 al 0.463 de la actualidad, por lo que Mauricio se sitúa por encima de la media regional.

[3] OYA, Carlos, y SANTAMARÍA, Antonio (eds.) (2007): Economía Política del Desarrollo en África, Madrid, Akal.

[4] Sobre la expansión de las redes móviles en África Subsahariana o sobre el impacto de las redes sociales intentaré escribir en otra ocasión. Sobre las muertes que genera el coltán y el consumo de productos tecnológicos, especialmente. Sobre la utilización del logo apple y no de otros símbolos o marcas de la competencia: afirmar que en su día no fue más que un recurso, y que también lo es ahora. De hecho, desconozco el sistema operativo más utilizado en Mauricio.

«Los informales»

Hace un rato estaba imaginando qué andaría haciendo ahora si me quedara un día para volver de Malí, como estaba previsto y como me recuerda desde hace un par de semanas la compañía aérea con la que aún mantengo “mi billete de regreso”. Se preocupan por mí porque han cambiado la hora de salida (¡cómo no!), porque por un “pequeño” extra podría viajar más cómoda y, sobre todo, porque las máquinas que envían ese tipo de correos no saben que mi asiento se quedará vacío mañana.

Quizá por ello, por los tantas veces distantes avances tecnológicos, he pensando que hoy me habría gustado sentarme en el porche de mi casa de Bamako, tal y como lo recuerdo. Frente a la puerta del patio. Vigilante de una entrada siempre abierta; dadora de continuas sorpresas.

Si los niños ya habían vuelto del colegio, entraban y salían dejando ecos de carcajadas, manos unidas, tierra en el suelo o miradas escondidas con las que atraer mi atención.

Si se acercaba la puesta de sol, la “princesa de la casa” iluminaba con su amplia sonrisa el anochecer. “Las clases, muy bien, gracias” -repetía siempre con una nueva sonrisa tímida. Después pasaba a su cuarto, se cambiaba y se prestaba a cualquier ayuda que necesitara su madre, sus hermanos, las trabajadoras del hogar o yo misma.

Ya por la noche, venían las vecinas a tomar el té. Reían en su lengua. Seguían el telediario con atención. Cantaban para que yo bailara. Hablaban de sus cosas.

La riada de personas que entraban y salían era inmensa. A los nombrados habría que sumar el ir y venir del primo, de los amigos del primo, del otro primo, del padre, de los amigos del padre, de las compañeras de la asociación de mujeres a la que pertenecía la madre, de los albañiles (tan intrigados conmigo como yo con sus quehaceres…).

Sin embargo, lo que más me entretenía era la aparición de “los informales”. Los vendedores ambulantes, que llegaban sin ser llamados, y el variopinto colectivo de “serviciales a domicilio”, que acudían prestos cuando se corría la voz de su necesaria presencia en algún hogar cercano o lejano. Las páginas web de compra por internet sobraban en mi casa de Kalabankoura.

Sentadas en cómodas sillas de fideos desfilaban ante nosotras (la madre era la gobernanta) vendedoras -y vendedores- de lechugas, papaya, utensilios de cocina, jabones, telas… Cualquier cosa que pudiera almacenarse en un barreño cubierto por una tela anudada y pudiera transportarse en una cabeza entrenada. Es decir, casi todo lo que se encontraba en el mercado. Sin exagerar.

Si mi mente me acompaña, nunca olvidaré el día en que llegó el pescadero. Yo acababa de irrumpir en el patio para preguntar una duda y allí estaba él, rodeado de hermosos ejemplares plateados, desmontando con aire triste un peso plegable de plástico. “Demasiado caros” -me comentaron mientras el chico se marchaba sin éxito.

¡Son tantos los recuerdos de tan corto tiempo y se me aparecen ahora tan cercanos! Mis bonitas sandalias de cuero por un euro, el tuareg de Burkina Faso -vendedor de remedios curativos- que aparcó su dromedario en la puerta y casi me mata del susto cuando, al salir a la calle, creí que los dinosaurios no se habían extinguido… O el muchacho de media sonrisa que nos remendaba la ropa en la máquina de coser acoplada a su bicicleta.

A estos profesionales de la llamada “economía informal”, cuyo apelativo tanto enerva cuando los ves trabajar de sol a sol, llenos de ingenio para satisfacer las necesidades de sus familias y de quienes les compran, los había conocido en los semáforos de Bamako, en las carreteras de Mozambique, caminando por los pueblos de Ghana o en las playas de Valencia… Pero, hasta este año, desconocía que también entraban en las casas de sus vecinos para ofrecer sus productos y servicios.

Si ahora todavía estuviera en Malí, me encantaría sentarme en el porche, frente al muro quebrado por la hospitalidad, y contagiarme del espíritu de “supervivencia” de los “informales”. O, como diría quien fuera un día mi profesor, y hoy aún mi maestro, Mbuyi Kabunda, de los trabajadores de la “economía solidaria”. La que para mal -y esperemos que un poquito para bien- se nos ha venido y viene encima.

Proverbios africanos, que invitan a la reflexión

Unos cuantos proverbios africanos, que invitan a la reflexión…

Proverbio KIKUYU: «Un buen jefe comienza por hacer las pruebas en su hogar».

Proverbio HAUSSA: «La mentira puede correr un año, la verdad la alcanza en un día».

Proverbio BAMBARA: «Los ratones de la casa del avaro están más gordos que él».

Proverbio PEUL: «Si el pastor tiene el cuchillo fácil, su rebaño no aumentará».

Proverbio WOLOF: «El que quiere miel tiene el coraje de afrontar las abejas».

Proverbio AKAN: «Ir aprisa tiene sus ventajas; ir despacio tiene, igualmente, sus ventajas».

Proverbio SERER: «La igualdad no es agradable, la superioridad es todavía más penosa».

Proverbio YORUBA: «La sabiduría de otros previene al jefe de ser llamado tonto».

La amenaza terrorista vende y los medios la compran

Me decía un amigo periodista el otro día, en una cena reencuentro de compañeros de universidad, que me veía muy alterada con lo que estaba pasando en Malí.

-Escribes cada post en tu blog…, comentó.

-No te creas, le contesté. Estoy tranquila pero, aunque entiendo que te sea ajena, esta es mi lucha y no la voy a abandonar.

Es verdad que cuando se lo dije me sentía calmada porque ya no me indigno tanto. De nada sirve, y encima me hace daño… No obstante, su observación me hizo reflexionar. ¿Quizá «mi activismo», aun recobrada la serenidad, esté teniendo el efecto contrario? ¿Quizá mi discurso vehemente no sirva para entrar en las mentes abiertas a lo desconocido y solo llegue a los que ya opinan como yo, e incluso provoque un mayor rechazo a los que piensan de modo distinto?, me pregunté.

Pero entonces recordé lo que me había dicho un profesor a quien yo, en su día, había acusado de tener un discurso africanista demasiado radical: «Fátima, hay que serlo». Y, efectivamente, no queda otra si te vuelven a golpear hechos tan denunciables como que la amenaza terrorista venda y los medios la compren. Por ejemplo.

Desde la noche del sábado hasta ayer, los informativos, los diarios online y las redes sociales de todo el mundo se hicieron eco de la declaración de independencia del Norte de Malí por parte del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA) y del islamista Ansar Dine. Los dos grupos de rebeldes tuaregs, que desde el 1 de abril controlan la zona septentrional de Malí, se habían unido para crear un Estado independiente, donde reinaría la sharia (la ley islámica).

Analistas y periodistas duchos en la materia derrocharon tinta y saliva alertándonos de lo que ello podría significar para el mundo; y para nosotros, españoles y europeos, casi vecinos del nuevo Estado no reconocido. Sobre todo, porque células de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYOA) se mueven a sus anchas por el territorio y, para unos más y para otros menos, estos grupos terroristas, que habrían colaborado en la toma del Norte de Malí, también podrían estar detrás de estos acuerdos. De nuevo, islamismo, integrismo y terrorismo se mezclaban sin mezclar.

Esta mañana, sin embargo, leía que el MNLA -que ya declaró la independencia del Azawad el pasado 6 de abril- no habría firmado el comunicado final por no llegar al entendimiento con Ansar Dine, al mostrarse en contra de la implantación de la sharia «pura y dura» o de que Ansar Dine quiera prohibir la entrada a las organizaciones humanitarias no musulmanas.

¿Extrañada? No. Dentro del estado de confusión en el que vive Malí todo es posible pero, en principio, resulta difícil de entender que el MNLA alcance un acuerdo con Ansar Dine. Esa unión une al Sur en su contra y, llegado el caso, daría mayores argumentos a los intervencionistas. Además, durante la toma de las tres regiones del Norte, el MNLA -que tiene portavoz en París, página web y muchos seguidores que otorgan fuerza a lo que publica- había mostrado desacuerdos de este tipo con Ansar Dine.

Lo que me vuelve a sorprender, aunque no debería porque también me hace daño, es que muy pocos, poquísimos, de los medios y analistas, que esos días lanzaron sin reparos el globo sonda, han contado hoy las novedades.

Esta vez, los tuaregs del MNLA no han medido bien el impacto de su campaña. Flirtear con el integrismo se paga caro en este mundo globalizado, que se sabe nutrir bien de errores como este.

Si la solución dialogada al conflicto del Norte de Malí ya era más complicada que en cualquiera de las otras tres rebeliones tuaregs que se han registrado en el país, desde su independencia en 1960, ahora lo es un poquito más. A los fracasados pactos nacionales del pasado se añade mucho dolor, nuevos y variados intereses externos e internos que, en parte, han conseguido desestabilizar también el Sur y, tras este último desconcierto, aún más desconfianza…

Los malienses del Norte y los malienses del Sur, incluidos los tuaregs -muchos de ellos en campos de refugiados-, sufren la instalación de las células terroristas y/o de traficantes en su suelo, desde hace años. La laxitud de las políticas malienses respecto a la situación que se ha ido fraguando en el Norte, sea por falta de medios o en connivencia, y distintas actuaciones de la Comunidad Internacional han provocado un daño irreparable en este país que, de pronto, tanto nos inquieta. Lo que quiero pensar que se nos escapa es que, quizá, esta situación solo sea reversible con la colaboración de los tuaregs…

Y qué me perdonen todos mis amigos malienses si no me he hecho entender… Sé que su sufrimiento todavía está muy vivo…

Gracias a Sékéné Mody Cissoko por su legado

Un breve y merecido recuerdo para el historiador maliense Sékéné Mody Cissoko, fallecido el pasado 17 de mayo en Bamako, a los 80 años de edad.

A todos a los que les interese la historia y el presente de Malí, les recomendaría especialmente una de sus obras:

Tombouctou et L’Empire Songhay. Épanouissement du Soudan nigérien aux XVe-XVIe siècles. Editorial: L’Harmattan.

Su dedicatoria reza:

«A la mémoire de mon père Sékéné qui m’enseigna la sagesse des traditions du terroir,

A mes étudiants, à la jeunesse d’Afrique espoir pour le renouveau du viuex Continent.»

«A la memoria de mi padre Sékéné que me enseñó la sabiduría de las tradiciones de la región,

A mis estudiantes, a la juventud de África esperanza para la renovación del viejo Continente.»

¿Al servicio de quién?

Es una vergüenza cómo la mayor parte de la prensa internacional trata a Malí y a los malienses, personas en su mayoría dialogantes y pacíficas. Tras el acuerdo de transición alcanzado el domingo, Malí vuelve a los medios de comunicación porque se puede volver a hablar de violencia. En este caso, de actos violentos por parte de una minoría que se manifestó contra la decisión tomada. Por reprobables y denunciables que sean, sin duda, este tipo de actos, profesionalmente agota que nunca haya espacio o tiempo suficiente para compensarlos o para, al menos, intentar analizarlos…

Así que, como nos pidió ayer el primer ministro de Malí, Cheick Modibo Diarra, el primer avergonzado por el comportamiento violento de algunos de sus compatriotas, asumamos -compañeros periodistas- nuestra responsabilidad por las consecuencias que tiene nuestro trabajo en la imagen de todo un país…

Ni la actualidad ni la ignorancia nos eximen ya…

Nota a los lectores habituales de este blog: Disculpad mi ausencia durante las últimas semanas. Motivos personales me han impedido estar aquí. Superados, retomo la información sobre Malí -durante un par de semanas para un medio al que solo se accede por suscripción, de ahí que hoy no pueda contaros más- y me comprometo a volver a escribir en breve sobre ese otro África Subsahariana, por el que se creó este blog.

29 de abril: ni urnas, ni golpistas… En manos extrañas

Hoy es día 29 de abril. Hoy era el día en que Malí tenía previsto celebrar la primera vuelta de las quintas elecciones presidenciales “libres y democráticas”, desde su independencia de Francia en 1960.

Hoy hace tres meses y 12 días que los rebeldes tuaregs se sublevaban en el norte de Malí, por cuarta vez desde la independencia.

Hoy hace dos meses y tres días que el entonces presidente de Malí, Amadou Toumani Touré (ATT), se dirigía por primera vez a la nación para hablar de lo que estaba ocurriendo en el norte del país, mientras que en el Sur se vivía una intensa campaña preelectoral como si nada sucediera en la parte septentrional. ATT, protagonista perpetuo de los informativos de la radio-televisión pública (ORTM), había callado hasta entonces y lo seguiría haciendo después, salvo contadas excepciones y siempre a través de medios extranjeros.

Hoy hace un mes y siete días que un grupo de militares del ejército maliense, liderados por el capitán Amadou Haya Sanogo, daba un golpe de Estado y creaba el Comité Nacional para la Recuperación de la Democracia y la Restauración del Estado (CNRDRE), con el objetivo de asegurar la integridad territorial, la unidad nacional y formar un gobierno de transición para celebrar una elecciones presidenciales realmente “libres y democráticas”.

Hoy hace 28 días que Tombuctú caía en manos de los rebeldes, por lo que los tuaregs conquistaban en tan solo tres días las capitales de las tres regiones del Norte: Kidal, Gao y Tombuctú.

Hoy también hace 28 días que el presidente de la Junta Militar, Sanogo, y el representante de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), el ministro de Asuntos Exteriores de Burkina Faso, Djibril Bassolé, llegaban a un principio de acuerdo por el que el CNRDRE reinstauraba el orden constitucional y la CEDEAO cancelaba la amenaza de embargo, cuyo plazo finalizaba esa noche.

Hoy hace 27 días que los líderes de la CEDEAO, reunidos en Dakar -junto con otros líderes como el ministro de Exteriores francés, Alain Juppé- para asistir al acto de investidura del nuevo presidente de Senegal, Macky Sall, rompían unilateralmente las negociaciones con el CNRDRE e implantaban el “embargo total” al pueblo maliense (cierre de fronteras, de bancos…). Esa misma mañana, Francia había llamado a sus nacionales a salir del país y, coincidencia o no, el embargo total excluyó el cierre del espacio aéreo.

Hoy hace 22 días que se levantaba el embargo a Malí, después de que la Junta Militar aceptase los requisitos de la CEDEAO: entrega del poder a la sociedad civil; nombramiento del presidente de la Asamblea Nacional, Dioncounda Traoré, como presidente interino; nombramiento de un gobierno de transición hasta la celebración de unas elecciones “libres y democráticas”…

Desde entonces, se garantizó la seguridad de ATT -que ya descansa en Senegal-; Traoré fue nombrado presidente interino de Malí; Cheick Modibo Diarra, primer ministro; se aprobó un Ejecutivo compuesto por 24 ministros…

Sin embargo, una vez más, la CEDEAO ha vuelto a sorprender a los malienses. El pasado jueves, tan solo dos días después de la formación del nuevo Gobierno, la organización regional anunció que enviará tropas al sur de Malí para garantizar la salida de la Junta Militar del poder y la celebración de unas elecciones “libres y democráticas” en el país, en el plazo máximo de 12 meses.

Cierto es que, durante estas últimas semanas, Sanogo también ha dado algunas señales confusas como la de ordenar la detención de una veintena de altos cargos políticos y militares, aunque luego fueran liberados.

Pero hoy, 29 de abril de 2012, el día en que estaba previsto que se celebrara la primera vuelta de  unas elecciones presidenciales “libres y democráticas”, la pregunta que imagino se plantean numerosos malienses será la misma que se hicieron el 2 de abril cuando la CEDEAO decidió imponer el “embargo total” tan solo un día después de haber retirado su amenaza: ¿Quién gobierna en Malí? ¿Qué capacidad real de decidir su destino tienen hoy la mayor parte de los malienses?

Cuando estas cosas suceden, siempre hay nacionales que defienden e incluso colaboran con los extranjeros, sobre esto no caben dudas. Pero el pasado 2 de abril, la mayor parte de los malienses ni quería ni merecía un embargo total impuesto “por sorpresa” desde el exterior, como solución a sus problemas. Por ello, supongo la impotencia que deben de estar sintiendo hoy un elevado número de personas ante la nueva situación de incertidumbre causada por la CEDEAO. El temor que deben de estar sufriendo los malienses, mientras esperan sin fecha a que tropas extranjeras entren en su territorio. Y no para ayudarles a liberar el Norte como deseaban, sino para controlarlos en el Sur.

Sanogo anunciaba ayer, 28 de abril, que no está de acuerdo con la nueva resolución de la CEDEAO, que establece el plazo de un año para la celebración de los comicios cuando la Junta Militar y la organización regional ya habían decidido agotar el plazo máximo de 40 días marcado por la Constitución, para luego -en el caso probable de no poder materializarse las elecciones- determinar qué otros pasos dar.

Hoy, día 29 de abril de 2012, quiero dejar claro que desapruebo cualquier toma de territorio o poder por la fuerza; que desapruebo cualquier injerencia externa y más la de aquellos que protegen sus propias fronteras a golpe de fuego, leyes y falta de ética; que desapruebo la imposición de cualquier modelo de Estado o de gobierno; que desapruebo el comportamiento de los líderes africanos que -en complicidad o no con las potencias extranjeras- no defienden los intereses de sus pueblos, sobre los que se basa su legitimidad.

Hoy, día 29 de abril de 2012, quiero dejar claro que defiendo los derechos humanos de cada uno de los malienses: los civiles y políticos y, en igual medida, los económicos, sociales y culturales. Que me avergüenzan las imágenes que me vinieron de golpe a la retina el día 2 de abril, tras la imposición del embargo: la de los vagabundos que pueblan Bamako; la de los niños de la calle; la de los enfermos de malaria, de polio, de asma por respirar el polvo de unas calles no asfaltadas; la de los campos de refugiados del Norte; la de la escasez de grano…

Hoy, día 29 de abril de 2012, quiero dejar claro que admiro y defiendo los valores de una sociedad en la que quienes más tienen todavía saben reconocer el privilegio de poder compartir su comida diaria con sus vecinos más necesitados; donde no se abandona a los ancianos; donde se nace y se muere en comunidad porque las personas se unen para celebrar los llantos de un recién nacido y para llorar la pérdida de un ser querido; donde los descendientes de antiguos esclavos bromean con quienes, de no haber cambiado las leyes, serían todavía sus amos; donde la paciencia te llega a parecer un don y la alegría: el arte de saber vivir ante la adversidad; donde pro-golpistas y anti-golpistas han sabido evitar el enfrentamiento en pro de la paz…

Los niños y niñas de Malí, un territorio rico en petróleo, en gas, en uranio, en oro, en agua, no se merecen un mal gobierno autóctono, pero tampoco un futuro marcado por el recuerdo de un país militarizado por soldados que ni hablan su lengua y que, ojalá me equivoque, no están al servicio de sus intereses.

Los padres y madres de estos hijos e hijas tampoco merecen este presente.

Homenaje a las malienses

Vídeo grabado en Bamako, capital de Malí, el 17 de marzo de 2012 (días antes del golpe de Estado perpetrado entre el 21 y el 22 de marzo). El estribillo reza (en francés y en bambara): «La gente te mete prisa, Alá no te mete prisa.» Las mujeres y niñas malienses se suelen reunir para tocar, cantar y bailar.

http://www.youtube.com/watch?v=SIbf2ZgcvZc

Resumen del sentir de un pueblo

Anoche, antes de que lo publicaran las agencias, me llegaba el mail de un familiar maliense -ha sido breve, pero ya son mi familia- en el que me anunciaba que el depuesto presidente de Malí, Amadou Toumani Touré (ATT), acababa de firmar su dimisión. Las condiciones impuestas por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) se cumplen por días. Las mismas que se negociaban cuando el domingo 2 de abril se decidió no imponer el embargo, y las mismas que se exigieron tras implantar unilateralmente el embargo -al día siguiente- sorprendiendo a todos los que estábamos allí.

Con independencia de lo que haya ocurrido en estas últimas semanas en Malí, lo que está claro -y lo que no me acaba de dejar tranquila tras el levantamiento del embargo- es que lo que demande la mayor parte de los malienses no cuenta. Sus vidas están en manos extranjeras y lo que piensen para ellos puede variar en días, horas, minutos, segundos. Como así ha sido hasta ahora.

Soy de las que no entiende de fronteras, pero como existen, por favor, parémonos a pensar cómo nos sentiríamos -nacionales de cualquier otro país del mundo- si nuestro futuro no estuviera en nuestras manos, en una situación tan crítica.

Aunque la CEDEAO levantó el embargo total el sábado 7 de abril, acabo de rescatar un artículo de opinión del diario Les Echos, publicado el día 5, que considero merece la pena leer. Resume a la perfección, según mis vivencias, lo que sintió la mayoría de los habitantes de Bamako -entre los que se incluyen progolpistas y también antigolpistas- durante la amenaza de embargo y, sobre todo, después de la imposición del mismo. Incluso me atrevería a decir que, en parte, también sirve para acercarse a lo que siguen sintiendo hoy… (Y en el texto ni siquiera se entra a hablar de la cuestión del Norte.)

De nuevo está en francés, y prometí dirigirme a los hispanohablantes, pero en esta ocasión no cabe traducción posible. Al menos, de alguien no profesional.

http://www.lesechos.ml/embargo-total-et-immediat-a-l%e2%80%99assaut-d%e2%80%99un-coup-d%e2%80%99etat-militaire-qui-paye-l%e2%80%99addition.html